Hablaba en la anterior
publicación de este blog de los recuerdos que en estas fechas próximas a la Semana
Santa fluyen de forma más intensa, los busquemos o no, surgen con frecuencia en
nuestras conversaciones, o en redes sociales,
a veces buscados y a veces porque algún acontecimiento los hace revivir
de manera especial.
Gómez, Pérez, Hernández,
Castellano, Rodríguez, Guerrero, Rubio, Ceballos, Sánchez, Martín…. y tantos
más…A poco que prestemos un poco de atención, en esta cofradía, como en todas, hay
familias completas, que incluso agrupan a 3 y me atrevería decir hasta 4
generaciones que participan en las estaciones de penitencia; y hablando de esos
recuerdos que se presentan forzados por los acontecimientos, quiero pararme en
una de esas familias que como dije en uno de mis primeros artículos como
cronista, hace 17 años está tan asociada a la cofradía como el color morado de
las túnicas: “los Barrios", una familia
de la que sería fácil escribir renglones y renglones pero que en estos momentos
viene a nuestra memoria por la reciente pérdida que han sufrido con la muerte
de María Flores, que junto a su marido Manuel Barrios recibía el reconocimiento
de la cofradía en forma de premio cruz de guía 2017 y que fallecía el 26 de enero
de 2018.
La noticia de su
fallecimiento fue un varapalo para todos quienes la conocían y para todas las
personas relacionadas con la cofradía de Jesús.
Unos días después de
enterarme de la luctuosa noticia compartía en las redes un artículo del año
2012 llamado “Dulces Y Anís En La Mañana
Del Viernes Santo”, en el que hablaba de esta singular tradición, siendo María
Flores el principal exponente de la misma ya que durante más de una docena de lustros se ha
dedicado a hacer ella misma una importante cantidad de perrunillas y algunos
otros dulces para ofrecer a los costaleros y también a la banda al paso de la
procesión por su calle, como ha sido costumbre en otras muchas viviendas a lo
largo del recorrido del desfile procesional de la mañana Viernes Santo.
Ya dije en ese momento,
que esa fue una de las entrevistas más entrañables que he tenido oportunidad de
hacer como cronista de la cofradía, porque sobre todo, se hacía palpable su
calidad humana, su sencillez, su humildad y como ella misma decía refiriéndose
a su familia, “nuestra fe que es muy
grande”. Sin Duda, una buena persona, una gran persona.
En varias ocasiones
hemos hablado de ese trabajo invisible que
se realizada para la cofradía, en distintos ámbitos que van desde la
propia Junta de Gobierno, que obviamente tiene ese compromiso, hasta personas que
de modo individual aportan su grano de arena, sin tan siquiera tener obligación
de ello, sin pedir nada a cambio, pero movidos por un profundo convencimiento y
pasión por nuestra Cofradía. María es uno de esos ejemplos de trabajo callado y
de entrega que ha contribuido a mantener una tradición tan peculiar a los largo
de tantas décadas.
Una entrega y un gesto
que acabaron por convertirse en una cita ineludible con los costaleros, con
todos los hermanos de la cofradía que acompañan a los pasos desde la “madrugá”
del Viernes Santo, con su familia, ya que como ella mismo dijo: “aquí entran muchos que no sé ni quiénes son…pero para
mí son todos como familia” porque todos “tenemos mucha fe con Jesús".
Precisamente ese
momento en el que tantas personas pasaban por su casa, o desde la calle recibían
el obsequio de la tradicional perrunilla, ha sido uno de los que, junto al
momento de la puerta o de Santa María o la primera levantá, ella ha disfrutado
más, y que en la citada entrevista explicaba con estas palabras:
“Yo prefiero la de la mañana, por que los costaleros están toda la noche
sin acostarse y están ahí en la puerta rompiéndose el alma na más por entrar y coger el paso, aparte
de que cuando llegan a mi casa, se paran y suben todos los costaleros (y los que no lo son) y están
aquí media hora paraos y suben a casa a tomarse la perrunilla y la copa de anís, que para mi es muy
grande eso.”
Y esa es una de las
grandes enseñanzas que nos deja María, el de hacer hermandad en un momento que le da pleno sentido a la palabra ágape, y
que sirve para unir a las personas que en muchos casos es la única vez al año
que se encuentran, o que ven a María y su familia gracias a ese gesto de abrir
su casa a todo el mundo, con la única
condición de que vayan acompañando a Jesús.
Un compromiso que María,
arropada siempre por su familia, ha mantenido incluso cuando su estado físico
era delicado debido a una caída accidental, fiel a su fe, fiel a su gente, fiel
a esta tradición tan singular.
De siempre me han enseñado
que hay que escuchar y respetar a
nuestros mayores, quizás porque así, aparte de poder compartir los conocimientos que
han atesorado a lo largo de sus años de vida, también podemos mantener ese
vínculo con nuestro pasado, con nuestra raíces y tener muy claro que aunque la
vida pase en esa carrera incesante hasta el futuro, no debemos olvidar ni dejar
atrás nuestro origen, nuestra esencia y, sin duda, aprender del ejemplo que nos
dejan como legado, algo que adquiere especial relevancia en esta cofradía con
más de cuatrocientos años de historia.
Repasando fotos del
año pasado, es inevitable no emocionarse al pensar que no veremos a María este
año, aunque estoy convencido que estará con nosotros, de otra manera, pero con la misma sencillez
y la enorme sonrisa con la que siempre ha recibido a todo el que cruzaba el
umbral de su portal; y también verá desde otra calzada más elevada aún, la
procesión y a su querido Jesús, mientras los demás honraremos su memoria cada
vez que le demos un bocado a un dulce en la mañana del viernes santo, sabiendo
que ha dejado una huella perpetua en nuestros corazones.
¡Gracias por todo María!
¡Arriba Jesús!
Antonio M. Rivera Carrasco + 2018
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