Cuando la cuenta atrás hacia la SEMANA SANTA 2018 agota sus días, con la cercanía de fecha tan señalada y con la aglomeración de actos que giran en torno a nuestra fiesta mayor, se hacen más intensos los recuerdos, momentos que quedaron grabados en la retina, en una cámara, en la memoria, que afloran en cuanto se presenta la más mínima oportunidad y que vuelven, como queriendo cerrar el círculo anual, formando así un nuevo eslabón de esta cadena centenaria.
La Semana Santa del año pasado, era especial, como todas, para mucha gente, y en este micro universo que conforma nuestra cofradía, cada cofradía, cada persona la sentía especial por un motivo que, como he repetido en infinidad de ocasiones, hay tantas motivaciones como personas, y tantas formas de sentirla y vivirla como sentimientos de éstas. Por ello, pertenecen al fuero más interno de cada cual, y ese rincón profundo donde atesoramos nuestras convicciones, nuestras creencias o nuestra fe, se constituye en fortaleza inexpugnable de nuestro ser, de nuestra forma de entender, de nuestra forma de vivir, de transmitir… que es muy personal pero transferible, y en cualquier caso, no debe estar sujeta a procesos de estandarización porque hablamos de sentimientos arraigados en lo más profundo de nuestro ser.
En los 18 años que he desempeñado la labor de cronista de esta cofradía, he tenido la gran suerte de ser testigo directo de muchos momentos, de muchas vivencias personales, y de compartir momentos únicos con personas de toda condición, índole o forma de ser o de pensar, siempre con un nexo común, el que une a todos los que se acercan a Jesús Nazareno la mañana del Viernes Santo, aunque en verdad sabemos, que ese día, si bien es “el día”, no es el único, ya que ese acercamiento es en realidad permanente, constante, de forma que en muchos casos no hay día en que no se haga presente en la rutina de los hermanos y hermanas de la cofradía.
Y el año pasado, había personas que como decía , tenían esta fecha especialmente señalada porque para ellos era la primera vez… no la primera vez que se acercaban a Jesús, todo lo contrario, llevaban toda una vida con él , y con esta cofradía, trabajando para ella, desde la sombra en muchos casos, como muchos de los trabajos esenciales que se realizan de forma callada e invisible pero, lo hemos repetido muchas veces, sin los que no sería viable tener todo a punto y preparado para que cada celebración de la cofradía, cada Semana Santa, siga perpetuándose año tras año, siglo tras siglo.
Pensando en ello, el primer recuerdo que aflora en mi mente es del día previo, en el que la emoción se dispara. El año pasado hubo cambios, había una renovación sustancial en la junta de gobierno de la cofradía y a la postre, también en algunas de las funciones que se desempeñan en día tan señalado. El Jueves Santo recibía un mensaje pidiéndome que acompañara a la nueva persona que se iba a encargar de abrir la puerta de Santa María a las 5 de la mañana para que los costaleros cojan pata de los pasos; un momento de mucha intensidad y no menos responsabilidad, que supone el pistoletazo de salida a nuestro día de estación penitencial. En Santa María me esperaría junto a otro miembro de la nueva junta, dos jóvenes con ganas e ilusión que siempre han trabajado para la cofradía y que solamente habían vivido este momento desde el otro lado de la puerta. La nueva persona encargada había recibido minuciosamente instrucciones de su antecesor en dicha tarea, y aunque no aseguré si podría asistir por encontrarme con fiebre, finalmente, con la sola finalidad de aportar, si era posible, algo de tranquilidad o confianza a este momento a quien por primera vez asumía la responsabilidad de dar pie a una de las tradiciones más singulares de nuestra Semana Santa, me dirigí al templo de Santa María en plena madrugada. Allí me reuní con los dos miembros de la nueva Junta que esperaban la llegada de la hora señalada con un nerviosismo que se ve incrementado por lo especial del momento.
Entrar a oscuras en el templo de Santa María, sutilmente iluminado con la tenue luz que se cuela desde la calle por la ventanas superiores, donde predomina un absoluto silencio que sólo se rompe a ratos por el eco, estruendoso en ocasiones, de los gritos de quienes desde hace horas esperan agolpados contra la puerta de Santa María, es un momento mágico que cuesta describir a pesar de que he tenido oportunidad de vivirlo varias veces; un momento que, envuelto en un aire místico, incita a la meditación.
Y allí estábamos los tres, el responsable de abrir la puerta paseando, mirando el reloj, canalizando ese nerviosismo para evitar que dominase la situación y muy seguro de sí mismo, decidido y, en algún momento, alzando la vista hacia arriba, con toda seguridad focalizando esa mirada más allá de la bóveda del templo.
Las otras dos personas que estábamos allí alternábamos silencios, de esos que se producen cuando la situación “impone”, con susurros para comentar lo especial del momento, a la vez que pensábamos si grabar la entrada de los costaleros y repetíamos algo sobre los nervios, como intentando alejarlos de algún modo.
Llegó el momento; Todo salió bien. Por supuesto que no fue la única tarea, pero si simbólica, era la primera vez, era el inicio de nuestro Viernes Santo, una gran responsabilidad en momentos de máxima emoción.
Y a las 7 de la mañana, cuando todo el silencio y soledad de Santa María se habían convertido en todo lo contrario, cuando finalizaba el Sermón de Pregones con el poderoso primer ¡Arriba Jesús! que gritaba Manolo Martín, y Jesús salía a la calle, pasé por la sacristía… y fui testigo de otro momento especial: dos o tres personas de la nueva junta de gobierno, con lágrimas en los ojos, intentaban consolar a quien había abierto la puerta, que lloraba de emoción, descargando así toda la tensión acumulada durante horas:
“todo está en marcha”; “Jesús ha salido”; “todo está bien”… “ya pasó”… “ahora a disfrutar”…. Y mientras este joven lloraba como un niño, a mí me venía a la cabeza una imagen, la de él mismo 17 años antes, aupado de puntillas intentado echar una mano para desmontar los pasos de nuestra cofradía y prestando su hombro para cargar las imágenes de vuelta a sus retablos.
Quizás a algunos pueda parecer trivial, pero en absoluto se trata de un asunto baladí, los nervios acumulados, la tensión, la emoción, el sentimiento, la responsabilidad, la fe, la entrega incondicional a una causa…, a lo que en este caso había que sumar lo difícil que lo había tenido esa nueva junta para constituirse; Todo eso tenía que salir de algún modo, es un momento en el que se concentra tanta intensidad que resulta difícil de explicar y que refleja el nivel de compromiso de la nueva savia que se incorpora a los puestos de responsabilidad de nuestras cofradías, un compromiso que hay que mantener, que hay que cuidar y si cabe potenciar aún más y no tomar caminos que desemboquen en todo lo contrario.
Aunque me he referido a un momento concreto, he omitido deliberadamente el nombre de los protagonistas porque bien se puede generalizar, ya que esta forma de vivir y sentir nuestra Cofradía y nuestra Semana Santa es común a muchas de las personas que forman parte del mundo cofrade, de un modo más visible en ocasiones, más callado e imperceptible en otras, pero que constituye el motor y la clave de la continuidad de esta historia.
En los artículos publicados en este blog sobre el polémico proceso electoral de la cofradía ya hablaba de los peligros que pueden tener ciertas conductas, que encasilladas en normas de aroma añejo e incluso rancio, encorsetadas en estructuras innecesariamente rígidas, tengan como consecuencia que las personas que trabajan de forma desinteresada, sin esperar nada a cambio, motivadas y movidas por la ilusión y la fe, se encuentren con obstáculos impropios de un entorno cristiano y de los valores que se predican y que, si bien no son exclusivos, son inherentes a esta religión. Unos obstáculos que pueden llegar a causar que la ilusión se torne en desánimo y decepción y, a la postre, las cofradías pierdan ese esencial motor humano que las mantiene a flote. Y esta cofradía, como todas en Jerez, necesitan de esa gente comprometida y dedicada, independientemente de su juventud o de cualquier otra condición que puedan tener.
En esos artículos también dejaba patente las dudas sobre los fines últimos y las consecuencias del nuevo proceso de reforma estatutaria de las cofradías, siendo la de Jesús Nazareno la primera en dar el paso y quizás, debido a la polémica desatada por la forma en la que transcurrió el proceso de las elecciones, se puso de manifiesto por distintas voces en redes sociales un asunto que hoy de nuevo está en boca de muchas personas del entorno cofrade jerezano; y bien pueden venir al caso recordar el refranero popular cuando habla de las barbas de nuestro vecino, ya que con ese proceso en marcha en la mayoría de cofradías jerezanas, la preocupación que reflejábamos en esa serie de publicaciones lejos de desaparecer, aumenta, puesto que parece que el camino que se toma, es el de apartar a personas, que en distintos ámbitos o de distinta manera, aportan su trabajo de forma totalmente desinteresada, movidos por unas convicciones tan fuertes y auténticas que no debería ponerse en tela de juicio ni a las personas, ni a sus motivos. Convicciones y compromisos que no se reflejan ni son exclusivos de ningún título, de ninguna condición o estado personal, de ningún papel, ni de ningún cargo. Y es que nadie en este mundo posee la capacidad de expedir certificados de “buena persona” sino que es cada cual quien con sus actos, se define a sí mismo.
Precisamente ese compromiso desinteresado es sello quienes que no buscan títulos, premios o cargos de clase alguna, ya que emana de ese rincón profundo al que nos referíamos al principio de esta publicación, donde atesoramos nuestras convicciones, nuestras creencias o nuestra fe. Y por lo que vemos, ese tesoro inmaterial, de personas buenas y comprometidas, es cada vez más escaso, y siendo el pilar sobre el que se sustenta todo esto, si sigue mermando debemos preocuparnos muy en serio por el futuro de nuestra Semana Santa.
Al igual que se abren las puertas de Santa María la madrugada del Viernes Santo para que cualquier persona que quiera se acerque a Jesús, estaría bien mantener abiertas todas las puertas para cualquier persona que se acerque con respeto y motivada para ayudar a nuestras cofradías, en donde se perpetúa año tras año el fruto de un trabajo cuyas raíces se hunden varios siglos atrás. Porque puestos a cerrar puertas, la prioridad debería ser cerrarlas a los intereses personales, a la vanidad, a la envidia o a la soberbia, que a veces parecen campar a sus anchas, y que según los testimonios, son desde hace décadas un problema endémico en este entorno. De lo contrario, con el paso del tiempo, quien se pare a analizar lo que ocurre en nuestros días podrá decir:
“Curiosa forma la de perpetuar una historia de siglos apartando a un lado a gente que la sustenta y la defiende”
© Antonio M. Rivera Carrasco + 2018